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CAZADORA DE LLORONAS. PREFACIO.

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Cazadoradelloronas's avatar
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Vaga en medio de la noche una joven en harapos, acompañada de dos pequeños alados…

    No luce como una vagabunda cualquiera y sin embargo, la gente la ignora y la olvida como a cualquier persona en situación de calle.
    Su figura es menuda, su cabello cortado de manera irregular le roza los hombros. Lleva una playera vieja demasiado grande para ella que tal vez fue blanca y una larga falda de baile folklórico cubierta de parches de donde sus pequeños pies descalzos asoman y desaparecen cada vez que da un paso.
    A diferencia de cualquier otro vago, su andar es recto y seguro, como el de una actriz que simplemente está de camino al set de grabación después de haber sido maquillada... No balbucea incoherencias, no vacila al caminar, tampoco deja ese rastro olfativo a suciedad, alcohol, solvente u orines.
    Los ojos de los animales callejeros y domésticos la siguen. Los pocos niños pequeños y bebés que viajan en brazos de sus padres a deshora balbucean, saludan al aire o se alborotan a su paso, para total sorpresa de sus progenitores.
    Cerca de la joven se escucha el sonido constante de un par de aleteos sin que los adultos vean nada.
    El reflejo en los enormes ojos de los gatos revela dos seres antropomorfos y alados que siguen el andar de la vagabunda que se desplaza por las calles oscuras en silencio.
    Calle tras calle por el barrio colonial de la ciudad, la figura anda hasta detenerse en las puertas de un hospital de caridad.
    La joven, casi niña aún, aspira profundamente el aroma de la noche antes de adentrarse en el halo de luz que ilumina el umbral de las puertas cerradas del hospital. Tal pareciera que lo que la ha llevado a ese lugar la atrajo por el simple olfato. Suspira luego con la misma intensidad, como para darse seguridad. Hay algo que tiene que hacer allí, aunque no quisiera hacerlo.
    Empuja la puerta y al encontrarla cerrada, lanza una silenciosa mirada hacia uno de los seres que la acompañan. El ruido de aleteo se mueve hacia la puerta y se desvanece, siendo sustituido por el clic de la cerradura al abrirse.
    Se introduce en el hospital y al ir a entornar la puerta, aparece la enfermera de guardia atraída por el sonido del cerrojo momentos antes.
    A pesar de encontrarse frente a frente, la enfermera sólo mira a la vagabunda un segundo.
    -¡Condenada puerta! –Maldice entre dientes mientras cierra de un jalón–Nos  ha de dar un susto peor un día de estos…
    La intrusa no se ha entretenido ni paralizado en la puerta. Se adentra en el hospital casi vacío.
    Pasa por algunas habitaciones con pobres criaturas desahuciadas, se escuchan sus débiles vocecitas pidiendo por ayuda y alivio. Algo parece detener a la joven además de los llantos.
    -No –murmura con una voz silbante como la de una serpiente –Mi trabajo es otro aquí hoy. Déjalo a las cihuanteteo… ya no han de tardar.
    En una habitación común casi vacía, cerca de la ventana, yace un muchacho muy malherido. Hace tres días que lo habían encontrado atropellado sin identificación o distintivo. Le salvaron la vida de milagro, aunque llevaba todo ese tiempo inconsciente, así que no habían podido averiguar nada de él.
    Curiosamente, sus ojos se abren en cuanto la vagabunda traspone la puerta de la habitación. Se miran el uno al otro en silencio. Luego él fija la vista en el lejano reloj de pared que indica las once de la noche. No era hora para visitas, eso seguro. Pero ella era una bien recibida excepción.
    -Cuánto tiempo sin verte, Milagros –murmura él con debilidad mientras consigue esbozar una pequeña sonrisa.
    -Casi había olvidado ese nombre –responde ella, aproximándose a la cama del herido. No sonríe, ni demuestra preocupación o angustia.
    -¿Qué fue de ti, Mili? –Inquirió él -¿Cómo pudieron echarte las monjas? ¡Dios! ¿Qué te han hecho?
    -No fueron precisamente ellas, Rodrigo. Es algo difícil de explicar…
    Guardan silencio, sumiéndose en sus pensamientos.
    No se veían desde hacía años y ciertamente eran diferentes.

...

    En ese entonces eran niños en el orfanato administrado por monjas. Rodrigo tenía algunos años en la institución. El día que conoció a Mili la encontró llorando en el pasillo mientras esperaba que la madre superiora la recibiera. La pobre criatura traía el brazo enyesado y gasas en varias partes del cuerpo. Su complexión escuálida, su mirada triste y… las heridas… Evocaban la muñequita de cierta canción infantil.
    Rodrigo, que llevaba unas fotocopias a la oficina, la saludó gentilmente. Gran sorpresa se llevó al tender la mano para tocarle el hombro y ella respondió lanzándose súbitamente a sus brazos, derribando los papeles, sollozando de una manera que partía el corazón…
    Las monjas de la oficina salieron con el alboroto de papeles y llanto. Al calmarse un poco, la niña fue guiada por Sor Rebeca, para ser evaluada psicológicamente en su despacho. Rodrigo recogió el material desparramado en dos segundos, lo entregó y se esfumó para regresar en cuanto vio a Sor Rebeca volver a la oficina principal para rendir su informe.
    -No va a hablar en un largo rato –inició– Está muy dañada física y emocionalmente. Los informes policiales y médicos son lo más horrible que he visto en años, Madre. Habrá que tener fe y rezar para que se recupere correctamente. Tal vez entonces nos diga su nombre y si hay alguien más que la conozca y cuide de ella.
    -¿Y mientras, qué? –Preguntó otra monja -¿No puede obtener de alguna forma esa información?
       -Hermana Alicia –suspiró sor Rebeca con paciencia –nadie la conocía más que de vista en el lugar donde la rescataron. No encontraron mucho y casi todo era de la…madre. Dese cuenta de la forma en que nos miraba a nosotras, cómo no nos ha dejado tocarla. Parece tenerle fobia a su propio género y sinceramente, no es para menos –su rostro rebosaba ira contenida– Esa… ese… monstruo, remedo de mujer, hizo algo innombrable con ella y las otras dos criaturas. Tal vez nunca lo sepamos con seguridad, pero me atrevo a suponer que ella pudo ver todo lo ocurrido. Y si es así, reparar el daño tomará bastante tiempo. No puedo formatearla como a una computadora en dos días. Habrá que empezar ayudándola a recuperar confianza y que nos permita tocarla, que vea que no le haremos daño…
       -Cierto –dijo la madre superiora-. La cosa está en que los únicos que han tenido contacto físico con ella han sido los del hospital de donde nos la enviaron, casi siempre mientras estaba sedada o inconsciente. La primera persona que tuvo contacto con ella al llegar esta mañana fue…
       Rodrigo había escapado de allí como cuete. Y no era que se negara a ayudar, todo lo contrario, pero es que cuando la Madre Susana usaba ese tono, era porque sospechaba de su presencia. No sería de gran auxilio si iba a estar castigado (todo el mes hincado rezando en la capilla) por escuchar a escondidas…
       Algo en la pobre criatura conmovió profundamente al niño, que además de la bienvenida, le brindó su amistad y ayuda, pero fue el único que lo hizo. El resto de los huérfanos evitaban acercarse a la hija de la “mata-niños”, aunque no era necesario: Milagros buscaba la soledad de los huecos debajo de las escaleras, los rincones apartados del patio o el pasillo siempre vacío que llevaba a la azotea.
       Hasta saber su auténtico nombre, las monjas habían optado por llamarla Milagros debido a la suerte de haber sobrevivido como lo había hecho y porque, aunque seguía reacia a hablar, la habían oído cantar y era un sonido divino… Además del nombre, le habían dado un rosario hecho de hilo de colores.
    Muy a menudo se podía ver a Rodrigo defendiéndola de otros niños… sentado a su lado hablándole en sus escondites o durmiendo la siesta con la cabeza sobre los flacos muslos de la niña, mientras ésta cantaba suavemente para un bebé invisible en sus brazos…

...

    -¿Qué paso? –insistió Rodrigo después de recordar todo aquello. Milagros se sentó en el borde de la cama del herido y murmuró su explicación:
       -Vaga en la noche una joven con harapos, acompañada de dos pequeños alados, quien la ve, pronto la olvida…  Soy mitad humana y mitad Llorona… Mi madre, creyéndome muerta, se suicidó, mis  hermanos se volvieron tlaloques, ella Llorona y yo en cazadora. Me echaron del orfanato al creerme poseída, porque al oírme cantar, los niños graves, murieron…

...

Una tarde de invierno, Rodrigo y los otros niños fueron atraídos por el alboroto que tenían las monjas cerca de la puerta. Rezaban, gritaban algo sobre un demonio. Lanzaban agua bendita contra una figura diminuta y la empujaban hacia la puerta de la calle a punta de escoba: Era Milagros. Rodrigo nunca olvidaría ese día, ni el rostro, primero confuso, luego herido y molesto de su amiga al quedar en la calle. Él corrió para alcanzarla, consiguió escurrirse entre  sor Sofía y sor Helena que mantenían a los curiosos niños dentro del plantel. Quiso repetir la hazaña con la madre Susana y las otras hermanas,  pero apenas pasó cerca de sor Rebeca, llamando a su amiga, la religiosa lo atrapó e impidió su avance. Milagros se había detenido al escuchar la voz de Rodrigo que seguía batallando por liberarse.
       -Sé que duele –susurró sor Rebeca en su oído –pero tienes que dejarla ir…
       -¡No! ¿Por qué? –gritó Rodrigo desesperado. La hermana lo abrazó cariñosamente y con fuerza. A ella parecía dolerle también. La sintió tomar aire para responder su pregunta, pero en ese momento sor Alicia gritó:
       -¡Vuelve adentro, niño y aléjate de ésa mala semilla de Satanás! –y agregó sin piedad alguna –¡El  fruto nunca cae lejos de su árbol. Tan monstruoso el engendro como su progenitora…
       Rodrigo había sentido una lágrima de sor Rebeca caer sobre su hombro y vio a Milagros respingar. Medio segundo después, de un brusco jalón, la niña se arrancó el rosario del cuello y lo arrojó tras de sí al suelo para alejarse con paso firme calle abajo.

...

La Milagros nueva, la que ahora estaba ante él no había detenido su explicación.
       -Las cihuanteteo, las Lloronas buenas, me acogieron y me enseñaron a ser cazadora, pues entre una de las Lloronas está mi madre, y así encontraré la libertad de mis hermanos y la mía…
    Ella suspiró suavemente. Había llegado el momento de mostrarle el porqué de su expulsión del orfanato, su nueva naturaleza y lo que la había llevado hasta allí esa noche: Su cabello se volvió gris como la plata, al igual que los ojos y una de sus manos se transformó en una fantasmal garra de acero. Suspiró nuevamente y le acarició suavemente la frente, haciéndolo capaz de ver lo normalmente invisible: Pudo ver dos espíritus tlaloque revoloteando alrededor de la lámpara del techo. Uno muy parecido a Milagros llevaba un jarrón enorme entre los brazos y el otro, más moreno y grande, llevaba un mecate enrollado sujeto en la manita. También pudo ver a una o dos cihuanteteo deslizándose silenciosas por el corredor.
    Rodrigo no mostró demasiado asombro, solo sonrió comprensivo.
    -Eso explica varias cosas –murmuró- . Como el hecho de que luzcas de repente tan sobrenaturalmente linda…
    -Ay, Rodrigo –respondió ella– ¿Por qué haces esto? No vas a conseguir más tiempo con eso…
    -¿Tiempo? – Exclamó en el tono más alto que se lo permitían sus heridos pulmones- ¡Mírame! Lo que menos busco es eso –había ido bajando el tono de escándalo a dolor. Luego agregó con dulcísimo y apenado acento- : Es solo que… Haz cambiado tanto, tanto –se perdió entre sus ideas en voz alta- . Éramos niños tan diferentes… Tan necesitada de afecto, compasión, compañía, calor humano… Pero tus ojos, tus ojos entregaban lo que tú jamás recibiste. Ahora… Pero no importa… Quiero que sepas que lo que digo es verdad ¡qué linda eres! No quería quedarme sin decirlo… ¡Vamos Mili! Si has venido por algo, hazlo… Además, lo necesitas ¿no es cierto? – ella había creído que el leve gruñido de su estómago pasaría desapercibido, pero no- ¡Por favor, Mili! – suplicó- . Me duele y mucho. Por favor…
    La máscara de impasibilidad de ella se mantuvo intacta, pero el armazón de su cuerpo se cimbraba y los pulmones se ahogaban ante el pétreo nudo de su garganta. Pero el hambre… la maldita hambre…
    Se levantó de golpe dándole la espalda a él.
    -Fuera – silbó de repente con la voz áspera por el nudo de su garganta.
    Los tlaloques pararon de dar vueltas. Mili abrió la ventila del cuarto de golpe y, aunque algo sentidos, los grises querubines abandonaron la habitación.
    Ya solos, ella respiró conteniendo trabajosamente un lamento. Al dar de nuevo la vuelta lucía triste pero decidida. Se acercó nuevamente a la cama y apoyó la rodilla derecha en el colchón, la mano izquierda a un lado de la almohada y la zarpa sobre el pecho de él. Como no era un espectro completo, dependía de su poco peso para hacer atravesar la garra… Cerró los ojos y así, lo sintió temblar de dolor.
    En el momento en el que Mili empezaba a hacer presión, Rodrigo deslizó súbitamente su mano para tomar la  que quedaba libre de ella y que se apoyaba al lado de la almohada. La sorpresa hizo que Milagros perdiera concentración y apoyara ambos antebrazos. Él sólo tuvo que alzar la cabeza unos pocos centímetros y la besó en los labios.
    El contacto causó extraña empatía: Milagros pudo sentir todos los huesos rotos y demás heridas del cuerpo como propias. Intentó apretar la garra un poco más, pero desistió al sentir un leve quejido contenido de dolor.
    Las lágrimas superaron los párpados obstinadamente cerrados de ella. Por primera vez en muchos años estaba llorando: arrepentimiento, dolor, pena. La garra volvió a ser delgada mano. No tenía lo necesario para hacerlo sufrir así. Entonces envió ese poder arrebatador de almas a su pecho. Apretó la mano contra la de él mientras un nota larga, tranquila y apaciguante pasaba de la garganta de ella al corazón de él y que, cual mano de ladrón, arrebató con cuidado aquella valiosa alma que, después de ser despojada de su “esencia” energética y pesada, fue conducida al borde del otro mundo.
    Todo era negro. El alma de la cazadora había guiado a la de Rodrigo a las puertas del Mictlán.
    -De este punto no puedo pasar ya –explicó ella en voz baja, para evitar que se le quebrara la voz-. Tendrás que continuar solo desde aquí.
    El dolor se había ido y una agradable tranquilidad invadía a Rodrigo.
    -Sé fuerte –le dijo a Mili-. Lo necesitarás para encontrar a esa Llorona y ser libre.
    -Si muero, ¿vendrás a buscarme aquí, a las puertas del Mictlán? –las lágrimas no paraban de manar. Él acarició las mejillas húmedas y la abrazó.
    -Sin lugar a dudas –aseguró- . Siempre rogué por verte de nuevo y como sea, viniste. No cualquiera. Yo sé que puedes. Sé fuerte.
    Milagros regresó a su cuerpo de golpe, justo después de que el corazón y cuerpo dejaran de funcionar definitivamente.
    Rápida y cuidadosamente, alisó los huecos que su peso había dejado sobre las sábanas y las lágrimas que habían caído sobre las mejillas de Rodrigo. Salió en el momento en el que la enfermera de guardia entraba. Nuevamente la mujer la miró desconcertada por un segundo y luego su mente la borró. Rodrigo presentaba el tranquilo aspecto de aquel que muere durmiendo.
    Mientras la mujer aplicaba la reanimación y pedía ayuda, Milagros salió de la habitación y regresó jalando del brazo a una cihuanteteo a la cual le murmuró algo al oído. El fantasma, inadvertidamente, tomó la hoja de datos de los pies de la cama y le agregó lo faltante: El nombre de pila del muchacho y las señas del orfanato Nuestra Señora del Socorro, que no quedaba muy lejano del hospital. Una última lágrima se le escapó antes irse al ver un viejo y enmendado rosario de hilo que la enfermera sacó del cajón de la mesa de noche y que amarró en la muñeca del ahora difunto.

    “Vaga en la noche una joven con harapos, acompañada de dos pequeños alados”.
Espero les guste. Ésta es la auténtica razón de mi username aquí en DA.

Cazadora de Lloronas, todos sus nombres y personajes son creaciones originales mías, registradas a mi nombre. Favor de no usarlos sin preguntar y sin mi consentimiento. Gracias.

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Juri-Di-Lammermoor's avatar

Que auto exigente tu protagonista, pedir algo así cuando sabría lo que le dolería, no por ello menos noble al preferir ella ser la encargada de su muerte, que entregarle una llena de dolor.
Me gusto que hayas agregado elementos nativos mexicanos, de los cuales no entiendo mucho, pero perfectamente puedo ir familiarizando.